viernes, 16 de septiembre de 2016

LA EXCELSA VIDA ESTADOUNIDENSE FRENTE A LA TRISTE VIDA PERUANA ARRUINADA POR LA ACCIÓN COMUNISTA

¡DIRECTOR DE LA CASA MUSEO LEONIDAS ZEGARRA Y PERUCINE.BLOGSPOT.COM RECONOCIDO EN JUEGOS FLORALES UNIVERSITARIOS! PRIMER PUESTO EN CÓMIC Y MENCIÓN HONROSA EN ENSAYO.

Publicación de la página de Facebook de la Carrera de Comunicación Audiovisual y Medios Interactivos de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC) [30 de Septiembre de 2016]. El texto dice:

"Felicitaciones JORGE LUIS VILLACORTA

Por su destacada participación en los XXI Juegos Florales organizados por el área de Humanidades en la categoría Docentes Administrativos.

Jorge Luis obtuvo el primer puesto en Cómic con su trabajo "Audaz" y una Mención Honrosa por su Ensayo "La excelsa vida estadounidense frente a la triste vida peruana arruinada por la acción comunista". 

¡Muchas felicidades!"



UNIVERSIDAD PERUANA DE CIENCIAS APLICADAS


JUEGOS FLORALES 2016 - HUMANIDADES


GÉNERO: ENSAYO
GRUPO: PROFESORES


SEUDÓNIMO: FREEMAN

La excelsa vida estadounidense frente a la triste vida peruana arruinada por la acción comunista.

A toda acción surge una reacción. También a nivel social. Décadas enteras de acción comunista en el Perú han influido sobre el imaginario popular hasta legitimar conductas que resultan incomprensibles en países de capitalismo desarrollado, especialmente si comparamos con la realidad del país conocido como los Estados Unidos de Norteamérica. Cuando se recorre EE.UU. se percibe la presencia de un poder hegemónico que ha impreso genialmente su dirección en las grandes áreas de la vida social. Urbes como Washington DC, Nueva York, Chicago, Las Vegas y Los Ángeles presentan calles y edificios que parecen estar siempre construidos con algunos metros de más hacia los lados, hacia arriba y hacia abajo. La población cruza por las esquinas respetando las leyes de tránsito. Los conductores de vehículos privados se comportan civilmente. El transporte público se desplaza según paraderos y horarios claramente delimitados. Entre las ciudades, las pistas del Sistema Interestatal de Carreteras hacen pensar que junto a la industria del acero, cuya presencia se reconoce en los edificios de los centros urbanos, las industrias del concreto y del asfalto deben tener gran influencia en la dirección del destino de ese país. Sí, efectivamente los EE.UU. es un país regido por corporaciones de extenso poder económico que han logrado imponer su orden a la vida general. Esto se identifica en los aspectos más nimios y en los más trascendentes de la vida del individuo. Por ejemplo, la empresa Metrobus ofrece la línea 5A para viajar desde el Aeropuerto Internacional Dulles hasta el centro de Washington D.C.  El precio del viaje en ómnibus es de siete dólares para el público en general. Si se desea pagar con billetes hay que tener la cantidad exacta, pues la máquina que los recibe está imposibilitada de dar vuelto. Si se paga con diez dólares la máquina se quedará con los tres dólares adicionales. Éste es un efecto del pensamiento corporativo que sorprende a quien llega por primera vez a la ciudad. Pero en compensación, si se posee una tarjeta SmarTrip®, que es recargable y sirve para pagar el costo del bus local y del Metrorail, se pueden cancelar algunos de esos siete dólares a crédito. Es decir, si la tarjeta está cargada con un valor de cinco dólares y faltan dos, al ser usada para pagar los siete dólares quedará grabada en la memoria de la cinta magnética que se deben dos dólares. Al consultar el saldo, aparecerá un monto negativo: -2. Si se desea volver a utilizar la misma tarjeta habrá que pagar los dos dólares y añadir fondos adicionales ¡Las corporaciones nunca pierden! El resultado de vivir bajo la égida de las corporaciones en los EE.UU. es la experiencia de una paz psicológica y una esperanza difícilmente perceptibles en una ciudad peruana. Claro que esta vivencia subjetiva está reservada para quienes gustan de pensar con la racionalidad capitalista. Es para aquellos que creen que el entorno puede ser sobrio e inspirador a la vez y están dispuestos a laborar cada día de su vida en un orden industrial que permita asegurar la estabilidad política y económica de las corporaciones. Es para aquellos que sienten sinceros escalofríos de pavor ante la sugerencia de la existencia de situaciones revolucionarias en una sociedad, en el sentido marxista. Es para aquellos que se sienten verdaderamente indispuestos luego de escuchar, aunque no lo deseen, las amenazas veladas de un supuesto ex convicto que intenta vender algo durante un viaje urbano en ómnibus. Es para aquellos que discrepan de la hiperinflación, los coches bomba, las invasiones de tierras y las estatizaciones de bancos y empresas privadas. Es para aquellos que difícilmente se deshacen en las calles de las envolturas y papeles que ya nos les sirven. Es para aquellos que aspiran a tener una vida sistemática, sin sobresaltos y capaz de ser planificada o para aquellos que aspiran a mudarse de un punto del país a otro para experimentar nuevas situaciones en condiciones laborales diversas gozando de la estabilidad social general. Es para aquellos que pueden aceptar que existan grandes conglomerados económicos con gran poder e influencia y no sienten los deseos de subvertir dicha situación.
Naturalmente, la vida de la población estadounidense bajo las corporaciones está sometida a reglas que resultan extrañas para quienes hemos sido adoctrinados por la influencia comunista en el Perú. Una de estas reglas extrañas es la jerarquización de la vida general. Esta jerarquización se hace evidente en cuanto existen reglas de convivencia urbana que se respetan. Quienes han hecho las reglas han logrado imponerlas de modo tal que no solamente se aceptan como naturales, sino que han generado una cultura cotidiana que se siente orgullosa de su cumplimiento. ¿De qué otro modo puede explicarse que el centro de Washington D.C. esté casi desierto a las 20:00 horas? A las 22:00 horas cierran los últimos comercios, que pertenecen a alguna franquicia que se extiende por todo el territorio del país. Las pocas personas que se encuentran en las calles son aquellas sin hogar. Estos desposeídos frecuentemente solicitan de modo bastante amable ‘monedas sobrantes’. En algunos casos están tan saludables y hasta atléticos, que la idea que viene a la mente es que probablemente son miembros del Servicio Secreto o de alguna agencia de seguridad. Después de todo, Washington D.C. es un centro de administración política y la Casa Blanca está ubicada allí. Sin embargo, esto no explica la ausencia de transeúntes. Solamente puede entenderse esto si se comprende que los vecindarios están alejados del centro de la ciudad y que los habitantes de dichos vecindarios desarrollan sus actividades posteriores a las horas del trabajo y estudio en sus viviendas, en los barrios que definen sus identidades. Los edificios administrativos son herramientas que se abandonan en cuanto termina la jornada laboral y la población local se mantiene apartada de ellos. Bueno, el caso de Washington D.C. es un caso particular, dado que es un centro político, pero es una evidencia del convencimiento que sienten los ciudadanos de que su propio estatus es el que les corresponde. Entienden cuál es su lugar y se solazan en él. Esperan que se respete su espacio y desenvuelven sus vidas según las sabias normas impuestas por las corporaciones en todos los espacios de la vida social. Es muy raro observar comerciantes ambulantes que no pertenezca a una empresa o franquicia. En las calles de Washington D.C. o Nueva York pueden observarse vehículos estacionados en los bordes de las aceras, especialmente dedicados a la venta de emparedados, raspadillas o bebidas. Estos vehículos están especialmente acondicionados para brindar estos servicios. Existen algunos carritos más pequeños, de dos ruedas, que son trasladados por un automóvil y depositados en las esquinas al comenzar el día para ser retirados posteriormente. Pero comercio ambulatorio al por menor se encuentra difícilmente en las calles de Washington D.C. Muy ocasionalmente se observa a un poblador, de raza negra casi siempre, que vende botellas con agua fría en la calle y las almacena en un contenedor de poliestireno. Por algún motivo, tras las máquinas de cobro de los comercios, en los mostradores de los hoteles y en los ómnibus, los empleados que cobran, atienden y conducen son negros. Mayormente educados y amables (para que funcionen adecuadamente los negocios en que laboran) su presencia se encuentra justificada si se reconoce que casi la mitad de la población en Washington D.C. es afroamericana. Claro que si se lanza una mirada furtiva a los hombres de terno oscuro que se dirigen al edificio J. Edgar Hoover, perteneciente a la Oficina Federal de Investigaciones (FBI) la estadística no se confirma. La estadística tampoco se confirma del todo cuando se visita el Capitolio, pues las apariencias de los guardias de seguridad que vigilan en el exterior sugerirían que el porcentaje es mayor que el 50% mientras que, una vez dentro del edificio, las apariencias de los guías sugerirían que el porcentaje de población afroamericana en Washington D.C. se aproxima a cero y que los pelirrojos constituyen un porcentaje a considerar. ¡Las omnímodas corporaciones que rigen la vida de los EE.UU. no han sido diseñadas por afroamericanos! Sin embargo, las corporaciones tienen mucho que agradecerles. Al recorrer algunas calles de Washington D.C. se observa a los héroes estadounidenses contemporáneos: lisiados, con algunos miembros faltantes, sobre un típico silloncito con ruedas impulsado a baterías, los soldados que han retornado de sus misiones más allá de las fronteras de los Estados Unidos de Norteamérica se reúnen entre ellos, prácticamente olvidados, tal vez sin lazos familiares, a compartir el glorioso destino presente que les ha trazado el interés corporativo. Junto a las malezas, evitando los letreros que prohíben reunirse frente a algunos edificios con departamentos, mirarlos nos parte un poquito el corazón a quienes hemos sido criados bajo la influencia del horrible accionar comunista en el Perú. ¡Es que la libertad de las corporaciones se paga con un precio! Algunos brazos, unas cuantas piernas, algo de locura y un recuerdo perenne hasta el final de los días. La población afroamericana ha aportado su dosis de lisiados y cadáveres al gran orden económico estadounidense. Si no son sobrevivientes de guerra en Washington D.C. serán aquellos que acampan con tiendas de campaña en las calles de Los Ángeles, pero no exclusivamente, porque en Los Ángeles también se ven blancos sin hogar en las calles. Parece que las exitosas corporaciones estadounidenses que se han ocupado de promover la imagen de la población afroamericana en los medios de comunicación y en el glamoroso cine de Hollywood olvidan que para un visitante, la sórdida realidad de quienes viven en las calles de las ciudades habla de la derrota personal que experimentan ciertos estadounidenses ante el maravilloso mundo de oportunidades que se les brinda. Es comprensible que las corporaciones ignoren este asunto, puesto que controlan los medios de comunicación y allí la realidad representada puede ser muy positiva. Con toda seguridad que el problema social será resuelto en cuanto una corporación encuentre cómo volver lucrativa su participación en él. ¡Las corporaciones estadounidenses comprenden cómo es el mundo de los negocios!
El capitalismo estadounidense es maravilloso. ¡Y para los miembros de los directorios de las corporaciones de aquél país es aún más maravilloso! El brillante modelo de acumulación de las corporaciones se pone en evidencia cuando se observan los fenómenos de la vida estadounidense con los ojos de un poblador peruano que vive en un país sometido a intensa influencia comunista. Entre nosotros, si se desea obtener el DVD de un filme estadounidense, se asiste a algún mercado o se está atento a la aparición de algún vendedor informal en las calles de la ciudad. En Washington D.C., un DVD de la película “Top Gun” de 1986 puede costar cinco o seis dólares si se busca entre las ofertas de la tienda Walmart. Allí mismo, se pueden encontrar las películas estadounidenses más recientes, en versiones DVD que traen material adicional por 25 dólares. El modelo de negocio es muy eficiente. Otra alternativa es visitar una librería como “Second Story Books” en el vecindario de Dupont Circle y revisar la oferta de películas en formato DVD de segunda mano. Es admirable esta forma de control de la oferta del producto. Es casi tan admirable como la presencia frecuente de algunas franquicias por el Sistema Interestatal de Carreteras. Cada cierta cantidad de quilómetros aparece un pequeño conglomerado de lugares de servicios: algunas tiendas de ventas de alimentos, gasolineras. Siempre existen variaciones pero luego de recorrer algunos estados el observador comienza a preguntarse si aquellas franquicias de comida rápida que supuestamente compiten entre sí en cada lugar tal vez pertenecen a la misma corporación. ¡Es que las corporaciones estadounidenses son tan astutas! Y saben cómo dividir el espacio, ocuparlo y monopolizarlo si es necesario. El espacio adquiere gran valor en un país regido por corporaciones. El Pentágono, el edificio que es el Cuartel General del Departamento de Defensa de los EE.UU. (DoD) es un ejemplo ideal de este valor. Se sabe que el DoD es un ente que cumple la función básica de adquirir bienes y servicios de las corporaciones a precios exorbitantes para beneficio de estas, pero una construcción tan representativa no es suficiente para el pensamiento comercial: ¡hay que añadirle una ciudad al edificio! Aunque oficialmente no guarda relación con el Departamento de Defensa, “Pentagon City” es un vecindario cercano a la monumental edificación que aprovecha el nombre de tan destacada estructura para volverse más interesante. ¡Este genio mercantil para la valorización del espacio mediante el uso de estrategias diversas es deslumbrante!
Hay que admitir que la relación espacio-tiempo en la sociedad regida bajo la suave tiranía magnánima de las corporaciones estadounidenses cobra un cariz muy particular. Por ejemplo, un conductor de ómnibus podría afirmar que en Washington D.C., entre la Estación L’Enfant Plaza y el Museo de Cera de Madame Tussauds habría que tomar el transporte público, cuando en la práctica se puede caminar ese recorrido en veinte minutos. Aunque se le afirme que caminar es un gran placer personal moverá la cabeza incrédulamente. Casi con tanto convencimiento como los señores con apariencia de jubilados que brindan información dentro del Aeropuerto Internacional Dulles. Uno de ellos podría afirmar con gran insistencia que por ser una cuestión de tiempo y dinero y ser la “hora punta” habría que pagar veinte dólares por pasajero por un servicio especial compartido entre tres personas para trasladarse desde el aeropuerto hasta el centro de la ciudad. De hecho, si a estas personas que brindan información se les pregunta directamente por el ómnibus que va hasta el centro de Washington D.C., se les observa una cierta decepción. ¿Será que un viaje de 40 minutos les resulta insoportable? ¿O existe alguna otra razón? ¿Será que tienen que mostrarse partidarios de la rapidez y la eficiencia? Obviamente está alejados de los parámetros limeños, en los cuales se abordan ómnibus que jamás se sabe a qué hora van a llegar ni qué recorrido van a seguir. Tal vez para ellos quienes viajan en ómnibus son los individuos menos importantes del sistema… ¡tal vez no han visto en el cine que Jack Reacher se transporta en ómnibus! De cualquier manera, parece que caminar horas continuas en el verano bajo el sol de Washington D.C., equivalente al de la selva peruana, está poco bien visto por los miembros de la población que se estiman un poco. ¡Otro gran logro de las corporaciones!
EE.UU. es pues un país extraordinario. El estilo de diseño de las ciudades se ha quedado en los 50’s del siglo pasado y se viven los ideales industriales del siglo XVIII. Pero aun así, bajo la sapiente guía de las corporaciones concentradoras de poder económico y político, la experiencia positiva de la vida es más intensa allí, si se tiene cierto nivel educativo, ansias de vivir ordenadamente y aprecio por la racionalidad capitalista. De otra manera resulta despreciable.
Aunque nunca se menciona con total claridad, el Perú es un país que ha experimentado sucesivas olas de acción comunista. El despojo a los terratenientes por los sindicatos campesinos en el Valle de la Convención durante los 60’s fue conseguida con la hábil guía política de militantes trotskistas. La amenaza de extensión por todo el país de tal situación indujo a los militares peruanos a intentar colocarse a la cabeza de tal “revolución”. El Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada de la República del Perú, aunque afirmaba distanciarse de los regímenes comunistas no fue sino eso en la práctica, con su promoción de la democracia social de participación plena, eufemismo que no podía ocultar la intención tras ella, como era la desaparición progresiva de la propiedad privada de medios de producción. Posteriormente entre 1985 y 1990, la Alianza Popular Revolucionaria Americana, mejor conocida como Partido Aprista Peruano concedió nueva carta blanca a las invasiones de terrenos e intentó estatizar la banca privada, entre otros logros revolucionarios aterradoramente catastróficos como la hiperinflación. ¿Alguien cree que tales herencias se disipan y desaparecen en 26 años? Tampoco es posible olvidar a los activistas menos exitosos a nivel de masas pero más agresivos a nivel militar, como Sendero Luminoso o el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru. ¿Puede suceder que de la noche a la mañana una herencia de esta índole quede exorcizada sin mayores efectos y consecuencias? ¡Difícilmente! Los efectos de las acciones de los militantes de tendencia comunista, con todas las variantes que presentan, unos más salvajes y otros más maquiavélicos, se observan en la vida cotidiana. Es clara la ausencia de un poder hegemónico y la incertidumbre que esto conlleva es una carga psicológica que hay que enfrentar cotidianamente. Si los Estados Unidos de Norteamérica parece un país que se ha quedado en 1950, la República del Perú tiene la atmósfera social de un territorio post-apocalíptico según los cánones más fantásticos de una película de Hollywood. ¡Pero mientras que para los estadounidenses esta fantasía es su entretenimiento evasivo de su realidad, para cada peruano es su realidad inmediata de la cual no puede escabullirse! El Perú sufre el cáncer comunista y, para intentar recuperar la salud, requiere de alguna quimioterapia misteriosa de origen desconocido. Mientras esto ocurre aquí, EE.UU. sigue adelante según el destino trazado por las corporaciones, con una población encantadamente sumisa, presta a defender el sistema social en el que vive. Esta última actitud es perfectamente comprensible y digna de imitar.
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