¡DIRECTOR DE LA CASA MUSEO LEONIDAS ZEGARRA Y PERUCINE.BLOGSPOT.COM RECONOCIDO EN JUEGOS FLORALES UNIVERSITARIOS! PRIMER PUESTO EN CÓMIC Y MENCIÓN HONROSA EN ENSAYO.
UNIVERSIDAD
PERUANA DE CIENCIAS APLICADAS
JUEGOS
FLORALES 2016 - HUMANIDADES
GÉNERO: ENSAYO
GRUPO: PROFESORES
SEUDÓNIMO: FREEMAN
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La
excelsa vida estadounidense frente a la triste vida peruana arruinada por la
acción comunista.
A toda acción surge una reacción. También
a nivel social. Décadas enteras de acción comunista en el Perú han influido
sobre el imaginario popular hasta legitimar conductas que resultan
incomprensibles en países de capitalismo desarrollado, especialmente si
comparamos con la realidad del país conocido como los Estados Unidos de
Norteamérica. Cuando se recorre EE.UU. se percibe la presencia de un poder
hegemónico que ha impreso genialmente su dirección en las grandes áreas de la
vida social. Urbes como Washington DC, Nueva York, Chicago, Las Vegas y Los
Ángeles presentan calles y edificios que parecen estar siempre construidos con
algunos metros de más hacia los lados, hacia arriba y hacia abajo. La población
cruza por las esquinas respetando las leyes de tránsito. Los conductores de vehículos
privados se comportan civilmente. El transporte público se desplaza según
paraderos y horarios claramente delimitados. Entre las ciudades, las pistas del
Sistema Interestatal de Carreteras hacen pensar que junto a la industria del
acero, cuya presencia se reconoce en los edificios de los centros urbanos, las
industrias del concreto y del asfalto deben tener gran influencia en la
dirección del destino de ese país. Sí, efectivamente los EE.UU. es un país
regido por corporaciones de extenso poder económico que han logrado imponer su
orden a la vida general. Esto se identifica en los aspectos más nimios y en los
más trascendentes de la vida del individuo. Por ejemplo, la empresa Metrobus
ofrece la línea 5A para viajar desde el Aeropuerto Internacional Dulles hasta
el centro de Washington D.C. El precio
del viaje en ómnibus es de siete dólares para el público en general. Si se
desea pagar con billetes hay que tener la cantidad exacta, pues la máquina que
los recibe está imposibilitada de dar vuelto. Si se paga con diez dólares la
máquina se quedará con los tres dólares adicionales. Éste es un efecto del
pensamiento corporativo que sorprende a quien llega por primera vez a la
ciudad. Pero en compensación, si se posee una tarjeta SmarTrip®, que es
recargable y sirve para pagar el costo del bus local y del Metrorail, se pueden
cancelar algunos de esos siete dólares a crédito. Es decir, si la tarjeta está
cargada con un valor de cinco dólares y faltan dos, al ser usada para pagar los
siete dólares quedará grabada en la memoria de la cinta magnética que se deben
dos dólares. Al consultar el saldo, aparecerá un monto negativo: -2. Si se
desea volver a utilizar la misma tarjeta habrá que pagar los dos dólares y
añadir fondos adicionales ¡Las corporaciones nunca pierden! El resultado de
vivir bajo la égida de las corporaciones en los EE.UU. es la experiencia de una
paz psicológica y una esperanza difícilmente perceptibles en una ciudad
peruana. Claro que esta vivencia subjetiva está reservada para quienes gustan
de pensar con la racionalidad capitalista. Es para aquellos que creen que el
entorno puede ser sobrio e inspirador a la vez y están dispuestos a laborar
cada día de su vida en un orden industrial que permita asegurar la estabilidad
política y económica de las corporaciones. Es para aquellos que sienten
sinceros escalofríos de pavor ante la sugerencia de la existencia de
situaciones revolucionarias en una sociedad, en el sentido marxista. Es para
aquellos que se sienten verdaderamente indispuestos luego de escuchar, aunque
no lo deseen, las amenazas veladas de un supuesto ex convicto que intenta
vender algo durante un viaje urbano en ómnibus. Es para aquellos que discrepan
de la hiperinflación, los coches bomba, las invasiones de tierras y las
estatizaciones de bancos y empresas privadas. Es para aquellos que difícilmente
se deshacen en las calles de las envolturas y papeles que ya nos les sirven. Es
para aquellos que aspiran a tener una vida sistemática, sin sobresaltos y capaz
de ser planificada o para aquellos que aspiran a mudarse de un punto del país a
otro para experimentar nuevas situaciones en condiciones laborales diversas
gozando de la estabilidad social general. Es para aquellos que pueden aceptar que
existan grandes conglomerados económicos con gran poder e influencia y no
sienten los deseos de subvertir dicha situación.
Naturalmente, la vida de la
población estadounidense bajo las corporaciones está sometida a reglas que
resultan extrañas para quienes hemos sido adoctrinados por la influencia
comunista en el Perú. Una de estas reglas extrañas es la jerarquización de la
vida general. Esta jerarquización se hace evidente en cuanto existen reglas de
convivencia urbana que se respetan. Quienes han hecho las reglas han logrado
imponerlas de modo tal que no solamente se aceptan como naturales, sino que han
generado una cultura cotidiana que se siente orgullosa de su cumplimiento. ¿De
qué otro modo puede explicarse que el centro de Washington D.C. esté casi
desierto a las 20:00 horas? A las 22:00 horas cierran los últimos comercios,
que pertenecen a alguna franquicia que se extiende por todo el territorio del
país. Las pocas personas que se encuentran en las calles son aquellas sin
hogar. Estos desposeídos frecuentemente solicitan de modo bastante amable
‘monedas sobrantes’. En algunos casos están tan saludables y hasta atléticos,
que la idea que viene a la mente es que probablemente son miembros del Servicio
Secreto o de alguna agencia de seguridad. Después de todo, Washington D.C. es un
centro de administración política y la Casa Blanca está ubicada allí. Sin
embargo, esto no explica la ausencia de transeúntes. Solamente puede entenderse
esto si se comprende que los vecindarios están alejados del centro de la ciudad
y que los habitantes de dichos vecindarios desarrollan sus actividades
posteriores a las horas del trabajo y estudio en sus viviendas, en los barrios
que definen sus identidades. Los edificios administrativos son herramientas que
se abandonan en cuanto termina la jornada laboral y la población local se
mantiene apartada de ellos. Bueno, el caso de Washington D.C. es un caso
particular, dado que es un centro político, pero es una evidencia del
convencimiento que sienten los ciudadanos de que su propio estatus es el que
les corresponde. Entienden cuál es su lugar y se solazan en él. Esperan que se
respete su espacio y desenvuelven sus vidas según las sabias normas impuestas
por las corporaciones en todos los espacios de la vida social. Es muy raro
observar comerciantes ambulantes que no pertenezca a una empresa o franquicia.
En las calles de Washington D.C. o Nueva York pueden observarse vehículos
estacionados en los bordes de las aceras, especialmente dedicados a la venta de
emparedados, raspadillas o bebidas. Estos vehículos están especialmente
acondicionados para brindar estos servicios. Existen algunos carritos más
pequeños, de dos ruedas, que son trasladados por un automóvil y depositados en
las esquinas al comenzar el día para ser retirados posteriormente. Pero
comercio ambulatorio al por menor se encuentra difícilmente en las calles de
Washington D.C. Muy ocasionalmente se observa a un poblador, de raza negra casi
siempre, que vende botellas con agua fría en la calle y las almacena en un
contenedor de poliestireno. Por algún motivo, tras las máquinas de cobro de los
comercios, en los mostradores de los hoteles y en los ómnibus, los empleados
que cobran, atienden y conducen son negros. Mayormente educados y amables (para
que funcionen adecuadamente los negocios en que laboran) su presencia se
encuentra justificada si se reconoce que casi la mitad de la población en
Washington D.C. es afroamericana. Claro que si se lanza una mirada furtiva a
los hombres de terno oscuro que se dirigen al edificio J. Edgar Hoover,
perteneciente a la Oficina Federal de Investigaciones (FBI) la estadística no
se confirma. La estadística tampoco se confirma del todo cuando se visita el
Capitolio, pues las apariencias de los guardias de seguridad que vigilan en el
exterior sugerirían que el porcentaje es mayor que el 50% mientras que, una vez
dentro del edificio, las apariencias de los guías sugerirían que el porcentaje
de población afroamericana en Washington D.C. se aproxima a cero y que los
pelirrojos constituyen un porcentaje a considerar. ¡Las omnímodas corporaciones
que rigen la vida de los EE.UU. no han sido diseñadas por afroamericanos! Sin
embargo, las corporaciones tienen mucho que agradecerles. Al recorrer algunas
calles de Washington D.C. se observa a los héroes estadounidenses
contemporáneos: lisiados, con algunos miembros faltantes, sobre un típico
silloncito con ruedas impulsado a baterías, los soldados que han retornado de
sus misiones más allá de las fronteras de los Estados Unidos de Norteamérica se
reúnen entre ellos, prácticamente olvidados, tal vez sin lazos familiares, a
compartir el glorioso destino presente que les ha trazado el interés
corporativo. Junto a las malezas, evitando los letreros que prohíben reunirse frente
a algunos edificios con departamentos, mirarlos nos parte un poquito el corazón
a quienes hemos sido criados bajo la influencia del horrible accionar comunista
en el Perú. ¡Es que la libertad de las corporaciones se paga con un precio!
Algunos brazos, unas cuantas piernas, algo de locura y un recuerdo perenne
hasta el final de los días. La población afroamericana ha aportado su dosis de
lisiados y cadáveres al gran orden económico estadounidense. Si no son
sobrevivientes de guerra en Washington D.C. serán aquellos que acampan con
tiendas de campaña en las calles de Los Ángeles, pero no exclusivamente, porque
en Los Ángeles también se ven blancos sin hogar en las calles. Parece que las
exitosas corporaciones estadounidenses que se han ocupado de promover la imagen
de la población afroamericana en los medios de comunicación y en el glamoroso
cine de Hollywood olvidan que para un visitante, la sórdida realidad de quienes
viven en las calles de las ciudades habla de la derrota personal que
experimentan ciertos estadounidenses ante el maravilloso mundo de oportunidades
que se les brinda. Es comprensible que las corporaciones ignoren este asunto,
puesto que controlan los medios de comunicación y allí la realidad representada
puede ser muy positiva. Con toda seguridad que el problema social será resuelto
en cuanto una corporación encuentre cómo volver lucrativa su participación en
él. ¡Las corporaciones estadounidenses comprenden cómo es el mundo de los
negocios!
El capitalismo estadounidense es
maravilloso. ¡Y para los miembros de los directorios de las corporaciones de
aquél país es aún más maravilloso! El brillante modelo de acumulación de las
corporaciones se pone en evidencia cuando se observan los fenómenos de la vida
estadounidense con los ojos de un poblador peruano que vive en un país sometido
a intensa influencia comunista. Entre nosotros, si se desea obtener el DVD de
un filme estadounidense, se asiste a algún mercado o se está atento a la
aparición de algún vendedor informal en las calles de la ciudad. En Washington
D.C., un DVD de la película “Top Gun” de 1986 puede costar cinco o seis dólares
si se busca entre las ofertas de la tienda Walmart. Allí mismo, se pueden
encontrar las películas estadounidenses más recientes, en versiones DVD que
traen material adicional por 25 dólares. El modelo de negocio es muy eficiente.
Otra alternativa es visitar una librería como “Second Story Books” en el
vecindario de Dupont Circle y revisar la oferta de películas en formato DVD de
segunda mano. Es admirable esta forma de control de la oferta del producto. Es
casi tan admirable como la presencia frecuente de algunas franquicias por el
Sistema Interestatal de Carreteras. Cada cierta cantidad de quilómetros aparece
un pequeño conglomerado de lugares de servicios: algunas tiendas de ventas de
alimentos, gasolineras. Siempre existen variaciones pero luego de recorrer
algunos estados el observador comienza a preguntarse si aquellas franquicias de
comida rápida que supuestamente compiten entre sí en cada lugar tal vez
pertenecen a la misma corporación. ¡Es que las corporaciones estadounidenses
son tan astutas! Y saben cómo dividir el espacio, ocuparlo y monopolizarlo si
es necesario. El espacio adquiere gran valor en un país regido por
corporaciones. El Pentágono, el edificio que es el Cuartel General del
Departamento de Defensa de los EE.UU. (DoD) es un ejemplo ideal de este valor. Se
sabe que el DoD es un ente que cumple la función básica de adquirir bienes y
servicios de las corporaciones a precios exorbitantes para beneficio de estas,
pero una construcción tan representativa no es suficiente para el pensamiento
comercial: ¡hay que añadirle una ciudad al edificio! Aunque oficialmente no
guarda relación con el Departamento de Defensa, “Pentagon City” es un
vecindario cercano a la monumental edificación que aprovecha el nombre de tan
destacada estructura para volverse más interesante. ¡Este genio mercantil para
la valorización del espacio mediante el uso de estrategias diversas es
deslumbrante!
Hay que admitir que la relación
espacio-tiempo en la sociedad regida bajo la suave tiranía magnánima de las
corporaciones estadounidenses cobra un cariz muy particular. Por ejemplo, un
conductor de ómnibus podría afirmar que en Washington D.C., entre la Estación L’Enfant
Plaza y el Museo de Cera de Madame Tussauds habría que tomar el transporte
público, cuando en la práctica se puede caminar ese recorrido en veinte
minutos. Aunque se le afirme que caminar es un gran placer personal moverá la
cabeza incrédulamente. Casi con tanto convencimiento como los señores con
apariencia de jubilados que brindan información dentro del Aeropuerto
Internacional Dulles. Uno de ellos podría afirmar con gran insistencia que por
ser una cuestión de tiempo y dinero y ser la “hora punta” habría que pagar
veinte dólares por pasajero por un servicio especial compartido entre tres
personas para trasladarse desde el aeropuerto hasta el centro de la ciudad. De
hecho, si a estas personas que brindan información se les pregunta directamente
por el ómnibus que va hasta el centro de Washington D.C., se les observa una
cierta decepción. ¿Será que un viaje de 40 minutos les resulta insoportable? ¿O
existe alguna otra razón? ¿Será que tienen que mostrarse partidarios de la
rapidez y la eficiencia? Obviamente está alejados de los parámetros limeños, en
los cuales se abordan ómnibus que jamás se sabe a qué hora van a llegar ni qué
recorrido van a seguir. Tal vez para ellos quienes viajan en ómnibus son los
individuos menos importantes del sistema… ¡tal vez no han visto en el cine que
Jack Reacher se transporta en ómnibus! De cualquier manera, parece que caminar
horas continuas en el verano bajo el sol de Washington D.C., equivalente al de
la selva peruana, está poco bien visto por los miembros de la población que se
estiman un poco. ¡Otro gran logro de las corporaciones!
EE.UU. es pues un país
extraordinario. El estilo de diseño de las ciudades se ha quedado en los 50’s
del siglo pasado y se viven los ideales industriales del siglo XVIII. Pero aun
así, bajo la sapiente guía de las corporaciones concentradoras de poder
económico y político, la experiencia positiva de la vida es más intensa allí,
si se tiene cierto nivel educativo, ansias de vivir ordenadamente y aprecio por
la racionalidad capitalista. De otra manera resulta despreciable.
Aunque nunca se menciona con total
claridad, el Perú es un país que ha experimentado sucesivas olas de acción
comunista. El despojo a los terratenientes por los sindicatos campesinos en el
Valle de la Convención durante los 60’s fue conseguida con la hábil guía
política de militantes trotskistas. La amenaza de extensión por todo el país de
tal situación indujo a los militares peruanos a intentar colocarse a la cabeza
de tal “revolución”. El Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada de la
República del Perú, aunque afirmaba distanciarse de los regímenes comunistas no
fue sino eso en la práctica, con su promoción de la democracia social de
participación plena, eufemismo que no podía ocultar la intención tras ella,
como era la desaparición progresiva de la propiedad privada de medios de
producción. Posteriormente entre 1985 y 1990, la Alianza Popular Revolucionaria
Americana, mejor conocida como Partido Aprista Peruano concedió nueva carta
blanca a las invasiones de terrenos e intentó estatizar la banca privada, entre
otros logros revolucionarios aterradoramente catastróficos como la
hiperinflación. ¿Alguien cree que tales herencias se disipan y desaparecen en
26 años? Tampoco es posible olvidar a los activistas menos exitosos a nivel de
masas pero más agresivos a nivel militar, como Sendero Luminoso o el Movimiento
Revolucionario Túpac Amaru. ¿Puede suceder que de la noche a la mañana una
herencia de esta índole quede exorcizada sin mayores efectos y consecuencias?
¡Difícilmente! Los efectos de las acciones de los militantes de tendencia
comunista, con todas las variantes que presentan, unos más salvajes y otros más
maquiavélicos, se observan en la vida cotidiana. Es clara la ausencia de un
poder hegemónico y la incertidumbre que esto conlleva es una carga psicológica
que hay que enfrentar cotidianamente. Si los Estados Unidos de Norteamérica
parece un país que se ha quedado en 1950, la República del Perú tiene la
atmósfera social de un territorio post-apocalíptico según los cánones más
fantásticos de una película de Hollywood. ¡Pero mientras que para los
estadounidenses esta fantasía es su entretenimiento evasivo de su realidad,
para cada peruano es su realidad inmediata de la cual no puede escabullirse! El
Perú sufre el cáncer comunista y, para intentar recuperar la salud, requiere de
alguna quimioterapia misteriosa de origen desconocido. Mientras esto ocurre
aquí, EE.UU. sigue adelante según el destino trazado por las corporaciones, con
una población encantadamente sumisa, presta a defender el sistema social en el
que vive. Esta última actitud es perfectamente comprensible y digna de imitar.
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